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Un Buen Negocio y Palo Alto

Sauvignon Blanc

2018

Valle de Maule, Chile

Basado en los personajes del cuento de los Hermanos Grimm, 1812

Ilustración de  Hermann Vogel, 1892

El sonido de los siete escudos al caer en la charca estremeció a todo el prado. El campesino no imaginó que las ranas tardarían tanto en contarlos, quería demostrarles que eran siete y no cuatro como sus croares vociferaban. Transcurridas un par de horas, el hombre decidió tomar asiento en el leño contiguo al lodoso cuerpo de agua. Con sed y algo de hambre, buscó en el interior de su canasto con qué hacer más llevadera la espera ante tan ruidosos animales.

Las manos callosas del hombre tomaron la botella de Palo Alto Sauvignon Blanc 2018 del Valle de Maule, Chile, que afortunadamente se encontraba con una fresquísima temperatura, y sirvieron un poco en su grueso vaso de vidrio. El fondo del recipiente parecía fundir el vino con el liquen oliváceo que se encontraba bajo los pies cansados del campesino, mientras el resto de lo vertido parecía difuminarse gradualmente.

El aldeano agradeció haber llevado consigo esa botella, sus intensos aromas de lima y limón eran justo lo que necesitaba para refrescarse. Podía sentir cómo su bebida y su entorno, lleno de diversas pasturas y piedras húmedas, se fundían armónicamente. Su boca se convirtió en una jugosa caverna apenas probó el vino, y después de removerlo unos segundos y tragarlo de golpe, toques amargos y salados aparecieron. Sin darse cuenta, en minutos el campesino había bebido tres vasos.

Una vez que el hombre hizo conciencia del tiempo trascurrido, sin que las ranas  terminaran aún su faena, pensó en prepararse algo para comer. En su cabeza danzaban pensamientos de vegetales, aliñados con el jugo de carnosas limas y limones, perfumados con hierbas frescas y adornados con toques pungentes. Desgraciadamente, en su canasto no contaba con nada parecido a lo que su mente había dibujado.

El campesino decidió improvisar con los alimentos que se encontraban en su cesta. Tomó un trozo del delgado y crujiente pan que su mujer le había horneado. Con algo de torpeza, le untó queso de cabra y lo espolvoreó con hojuelas un tanto resecas de laurel, el sudor de sus manos parecía amalgamar cada uno de los ingredientes y, aunque sencillo el bocadillo, parecía perfecto para el vino y el momento.

Comenzaba a desaparecer el sol, sus débiles rayos refulgían la bebida el hombre, que estaba decidido a no moverse hasta obtener una respuesta de las ranas, así como sus siete escudos de vuelta. El campesino bebía y comía. La espera había sido llevadera con su bebida, aunque una vez terminada la botella, los chispazos de frescura se desvanecieron y con ellos la luz del día. Era hora de regresar a casa, desdichado por lo ignorante de las ranas que mucho croaban, pero no podían contar.

@cuentosdecatas

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