Chassagne Montrachet 1er Cru AOC
MORGEOT
2016
Côte de Beaune, Borgoña, Francia
Basado en los personajes del cuento de los Hermanos Grimm, 1812
Ilustración de Carmen Cardemil

El rey no cabía de alegría, después de tantos años de implorarlo, había nacido su tan deseada hija. La ocasión no podía dejar de ser motivo de gran celebración en el reino, por lo que el monarca decidió organizar una gran fiesta. Vendrían todos sus parientes, amigos y conocidos, sin olvidar incluir en el banquete a las hadas, para que se mostrasen generosas con su pequeña.
Todas las mesas tenían un toque especial; en la de los reyes las copas del más fino cristal eran las protagonistas, en las de los concejales los manteles bordados resaltaban y los finos platos de oro de las doce hadas invitadas, no podían ser ignorados por quienes estuvieran dentro del gran salón. Era una pena no haber tenido trece platos para poder incluir a todas las hadas, pero el ambiente de opulente felicidad minimizaba ese pequeño detalle.
Cuando todos los invitados se encontraron dispuestos en sus lugares, el rey, con su imponente capa, se levantó para hacer un brindis. La botella elegida fue un Chassagne Montrachet 1er Cru Morgeot de Domaine Henri de Villamont 2016, de la Côte de Beaune, Borgoña, Francia. Los comensales hicieron silencio mientras se les escanciaba el brillante vino de destellos dorados, era un caudal solemne.
El gran salón se fue impregnando sutilmente de aromas a limón amarillo, naranja y durazno, arropados en un velo de virutas de finas maderas y espuma de crema francesa. El rey pronunciaba sus palabras de agradecimiento y agitaba su copa permitiendo que una ligera fragancia de jazmín, nueces cristalizadas y delicado anís se sumara al bouquet que ya hipnotizaba a sus huéspedes.
Después de que el discurso finalizó y todos bebieron un poco de vino, el líquido se
deslizaba con parsimonia en la boca y la envolvía, a su vez que provocaba una continua salivación que se prolongaba al ritmo de la cadencia del vals que se escuchaba de fondo. Las miradas de los conocedores se comenzaban a cruzar cuando todos sentían lo etéreo del líquido al ser tragado.
Una trenza de aromas se dibujaba en la mente de los participantes de tan pomposa velada. Los frutos, las flores, las maderas y los frutos secos parecían hebras que se entrelazaban unas con otras y revoloteaban en el interior de cada comensal; mientras en su boca, la sensación de haber sido acariciados por un fresco bálsamo les continuaba abriendo el apetito.
La cena se conformaba por un sole meunière acompañado de un mousse de ejotes con finas láminas de queso Mimolette maduro espolvoreado con ralladura de bergamota. La sinfonía de sabores y aromas que ahora inundaba el suntuoso comedor del castillo era majestuosa. El rey y la reina se sentían complacidos de ver tanto placer en honor a la llegada de la princesa. ¿Qué podría suceder en sus vidas que opacara ese instante? Por un plato de oro faltante, pronto lo sabrían.
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