Pinot Noir
2019
Marlborough, Nueva Zelanda
Basado en los personajes de Las Mil y una Noches, 1710
Ilustración de Edmund Dulac, 1914

El olor a agua de rosas atrajo a Simbad; se sentó en la banca que se encontraba al exterior de la suntuosa morada y colocó a su lado la pesada carga que llevaba sobre su cabeza. Después de su piadosa plegaria, el esclavo del hogar lo invitó a pasar y observó el interior de la casa espléndida: gente respetuosa, flores y aves exóticas, perfumes, confituras, elegantes alimentos y bandejas llenas de bebidas extraídas de jugos de uvas.
En una de las bandejas, Simbad observó unas copas cuyo contenido color ciruela y destellos violáceos era lo suficientemente traslúcido para observar la botella que se encontraba tras ellas. Intrigado por ese brebaje que filtraba la escena cual velo de odalisca, alcanzó a divisar el nombre escrito en aquel robusto recipiente: Oyster Bay Pinot Noir, 2019 de Marlborough, Nueva Zelanda.
Al acercarse a admirar el vino, Simbad pudo percibir que, fusionado con notas de ligera ciruela negra, se encontraba un perfume similar al del agua de rosas de la entrada de la casona. El joven se dejó embelesar por una oleada de notas terrosas, frutos del bosque frescos que se acentuaban cada vez más, perfumes florales de rosas y lavanda y puntos especiados que lo hacían voltear a su alrededor para encontrar en algún lugar del amplio vestíbulo una especia o una hierba que le guiñara con una complicidad simbiótica.
Con cada inspiración al delicado cáliz de cristal, Simbad sentía un delicado calor entrar a su nariz; y, sin importar sentirse observado, dio un sorbo a aquella fulgurante bebida. Después de ese primer acercamiento, una ligera mueca apareció en su rostro al tragar seguida de una acumulación de saliva bajo su lengua y el muchacho esbozó una sonrisa abriendo ligeramente la boca y dejando entrar aire por las comisuras de sus labios. Fue en ese instante donde un ronroneo provocó que sus cachetes vibraran al son de las melodías de las aves.
Como si de magia se tratara, los pensamientos de Simbad se tornaron en un bouquet de frutos del bosque y flores velados por un fresco petricor. Era una frescura que le imprimió al otrora cansado cargador una vitalidad espontánea. Y con ese ímpetu, el joven buscó en las finas bandejas, algo con lo que paliar su continua salivación; se decantó por unas delgadas brochetas de hongos rellenos de lentejas, arándanos deshidratados, queso feta y trozos de castañas ahumadas con romero.
Ese bouquet mental crecía y hacía que Simbad casi olvidara que el viejo siervo lo observaba y no podía esperar más a llevarlo con su amo. El hombre era mayor y de rostro encantador, marcado por virtud, nobleza y elevación. Agradecido como solía ser el muchacho, pues había bebido y comido, se posó para escuchar al noble. Sorprendidos por la coincidencia en los nombres, Simbad el cargador y Simbad el marino, dieron pie a los fascinantes relatos del sabio en su odisea náutica.
Para más inspiración: Oyster Bay New Zealand, @oysterbaywines
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